miércoles, 20 de septiembre de 2017

EL PASAJE DEL NOROESTE, MITO O REALIDAD

Las expediciones de conquista de los Polos Norte y Sur nos han fascinado siempre principalmente porque son historias que combinan relatos de aventura en condiciones extremas con sacrificio humano y tragedia a partes iguales.

La conquista de los polos, la llegada a esos dos puntos geográficos tan alejados y distintos de todo aquello que conocemos y que nos es familiar, han llenado páginas de libros que coleccionamos y atesoramos en casa con cariño. Son lugares remotos e inhóspitos donde nada crece, donde la noche dura meses y donde se registran temperaturas imposibles. Pero hay otros lugares que también han sido objeto de tanta pasión y sacrificio como nuestros queridos polos. Aunque quizás a primera vista estos otros lugares puedan parecernos menos románticos y quiméricos, han sido testigos de innumerables hazañas épicas que superan a veces a aquellas otras que conocemos tan bien.

En este caso, me estoy refiriendo a un lugar donde no se puede plantar una bandera porque no se trata de un punto concreto que se pueda marcar en un mapa con una X como la cima de una montaña o los dos puntos donde todos los meridianos de la tierra confluyen. Este lugar del que os hablo es una ruta marítima ubicada a latitudes superiores a los 70º Norte, cuya utilización supondría acortar miles de kilómetros las tradicionales rutas comerciales existentes que unen el oceano Atlántico con el Pacífico. Éste "pasaje", ubicado al norte de Canadá, está formado por un conjunto de estrechos y canales que rodean las heladas islas del archipiélago Canadiense. Esta ruta se ha venido denominando desde hace tiempo como el pasaje del Noroeste, aunque siglos atrás ha tenido otros nombres muy distintos.

El pasaje del Noroeste, es una ruta que de forma caprichosa y aleatoria resulta a veces navegable, pero que en la gran mayoría de las ocasiones se encuentra total o parcialmente obstruido por el hielo. La navegación a través de él resulta entonces imposible para cualquier barco si exceptuamos a los barcos rompehielos, aunque a veces ni siquiera éstos pueden atravesarlo.

Imagen Satélite NASA
Encontrar un paso navegable por el norte de Canadá se convirtió en una obsesión para los ingleses, una especie de Grial inalcanzable que tuvo su apogeo durante el siglo XIX, donde las expediciones se multiplicaron de forma exponencial. Muchos fueron los que promovieron con entusiasmo realizar estos viajes de descubrimiento, pero quizás de entre todos ellos, el nombre de John Barrow, segundo secretario del Almirantazgo Británico, despunte por encima del resto. Su nombre estará para siempre ligado al del pasaje del Noroeste a pesar de que su muerte se produjera apenas unos años de que éste fuera finalmente atravesado de punta a punta por uno de sus compatriotas. John Barrow pasó sus cuarenta años de servicio al gobierno seducido por éste mortal canto de sirena y finalmente se fue de este mundo sin ver satisfechas sus ambiciones.

John Barrow
La apertura de ésta ruta permitiría a Inglaterra alcanzar sus puestos comerciales al otro lado del mundo en mucho menos tiempo de lo que habitualmente les costaba llegar. La distancia para llegar a Japón se acortaría unos 6.000 km con respecto a las alternativas existentes a través del cabo de Hornos o del cabo de Buena Esperanza. No se trataba pues de la mera persecución de un sueño fantasioso de explorador a la que la Marina Real Británica se hubiera querido sumar, sino que existían fuertes intereses comerciales que suscribían el adherirse dicha persecución.

En realidad no existe un único paso a través del laberinto de islas que conforma el archipiélago, sino que existen varios caminos posibles que permiten atravesarlo, pero todos igual de traicioneros y peligrosos. Como en todo buen laberinto de fábula, alcanzar los tesoros que se esconden a su otro lado, supone tener que lidiar y enfrentarse a los habituales peligros inherentes a éstos. En este caso, al Minotauro de las regiones árticas. Dícese: temperaturas extremas, osos polares, escasez de alimentos frescos que desembocan en brotes de escorbuto, aislamiento, etc.

Sus pasadizos de agua forman a veces trampas mortales, callejones sin salida que enormes masas de hielo bloquean a sus espaldas atrapando en su interior a aquellos más atrevidos que se aventuraron quizás demasiado lejos. En estas ratoneras heladas se tuvieron que abandonar muchos barcos. Muchos exploradores han perdido allí la vida, pasando con suerte a ocupar alguna solitaria tumba helada excavada en el permafrost. En estas neveras naturales, sus cuerpos permanecen incorruptos durante siglos transportando en el tiempo a sus moradores, desde el instante en el que fueron enterrados hasta la actualidad. Seguramente este infame pasaje ha arrebatado más almas que las que se ha cobrado la conquista de los polos a lo largo de toda la historia . 

HMS Terror-Expedición de George Back
La entrada por el lado este del pasaje, a través del estrecho de Lancaster, se encuentra situada alrededor del paralelo 74, en el extremo norte de la bahía de Baffin. La entrada por su lado Oeste se se ubica algo más al sur, alrededor del paralelo 70. A pesar de que visto sobre un mapa, existe aparentemente un canal de decenas de kilómetros de anchura que une ambos océanos prácticamente en línea recta, la realidad es que el pasaje no siempre se encuentra  libre de hielos en verano y cuando lo hace, lo está tan solo durante un breve espacio de tiempo, normalmente en el mes de septiembre. Además, el lado oeste, de esta aparente autopista hacia el Pacífico, estan bloqueadas por las inmensas masas de hielo de formación plurianual que el mar polar empuja inexorablemente en dirección sur contra las islas de Banks y Patrick situadas en el límite noroccidental del archipiélago.

El calentamiento global podría cambiar dramáticamente ésta situación, y el pasaje podría en un futuro ser permanentemente navegable en el plazo de tan solo unos cuantos años, lo que probablemente desataría un conflicto de escala internacional, ya que no está del todo claro a quien pertenece la soberanía y control de sus aguas. Éstas, de no ser consideradas como internacionales, estarían disputadas por los países por los que transcurre, Estados Unidos y Canadá. Pero no estamos aquí para hablar de geopolítica o acerca del cambio climático, sino sobre todo, de exploradores y sus descubrimientos. Contar la historia completa del descubrimiento del paso del Noroeste implicaría escribir un libro completo acerca de él y seguramente todavía nos quedarían cosas en el tintero, por eso en esta publicación solo daré alguna pincelada al respecto.

Las primeras flirteos con el pasaje comenzaron durante el siglo XVI, poco después de que Cristobal Colón llegara a las Américas. Fuimos también los españoles los culpables de introducir el "virus del pasaje del noroeste" en las mentes de toda Europa en aquella época. En 1539 Francisco de Ulloa, fue enviado desde Méjico hacia el norte por Hernán Cortés para explorar la costa oeste de América.

Francisco pronto se topó con la península de California y se introdujo por la abertura de entrada al Golfo de California. A pesar de que llegó a navegar hasta el extremo norte del golfo, no acertó en su viaje a concluir que aquella enorme masa de agua se tratase realmente de una bahía. No tuvo reparos, por tanto, en plantear la posibilidad de que aquel descubrimiento podría ser en realidad la entrada occidental a un pasaje que cruzara todo el continente Americano ¿porqué no? y que éste, lógicamente tenía que desembocar en el golfo de San Lorenzo, ubicado al sur de la península del Labrador donde ahora se ubica Quebec. Sería aquel, el origen del mito, había nacido el que se denominaría Estrecho de Anián que posteriormente pasaría a ser llamado el Pasaje del Noroeste.

Estrecho de Anian
Existen otros nombres de paisanos nuestros, como el de Juan de Fuca (1592) o Lorenzo Ferrer Maldonado (1588), que realizaron viajes con posterioridad al de Ulloa y que están también ligados al descubrimiento de éste mítico pasaje. Juan de Fuca afirmó haber navegado durante veinte días por un estrecho, ubicado a una latitud de 47ºN, que desembocaba en el llamado "mar septentrional", un estrecho que pasó a denominarse el estrecho de Juan de Fuca. El "mar septentrional", al que aludía Juan de FUca no era más que otro mito de la época que hablaba de la existencia de un mar navegable, libre de hielos, ubicado alrededor del polo norte geográfico. El mito era de tal calibre que también hablaba de la presencia de una enorme roca magnética ubicada en el mismo polo. La llamada "Rupes nigra et altisima".




Rupus Nigra
Lorenzo Ferrer Maldonado por su parte afirmaba haber atravesado en el transcurso de un mes el famoso estrecho. Esta vez entrando por su lado oriental , la bahía de Baffin. Maldonado afirmó haber disfrutado siempre de luz del día, incluso por la noche, y de haber experimentado temperaturas suaves. Los relatos de Lorenzo Ferrer y Juan de Fuca serían las semilla que llevarían a Malaespina a explorar de nuevo la costa oeste de América en 1792.

Por desgracia, sus aparentes logros merecen dudosa credibilidad ya que están envueltos en una espesa bruma de controversia y confusión. La incertidumbre es tal, que incluso existe la duda de si el propio Juan de Fuca llegó a existir realmente o si en realidad se trata tan solo de un personaje de ficción. Respecto a Lorenz Ferrer, el mismo con su bizarro comportamiento dinamitó su propia credibilidad. Pero, en fin, que éstas son historias en las que algún día profundizaremos debidamente.

Ahora volvamos a nuestro querido pasaje, al verdadero. La entrada clásica por su lado este se efectúa a través del estrecho de Lancaster. Se trata de una escurridiza y ancha apertura de unos 70 km de ancho ubicada en la costa oeste de la bahía de Baffin entre la isla de Devon y la tierra de Baffin. Una entrada imposible de pasar por alto y que, teóricamente, debería haber invitado a aquellos exploradores que navegaran en sus proximidades a adentrarse por ella. Fue descubierta por William Baffin allá por el año 1616, pero Baffin no llegó a penetrar por ella, ni nadie más lo intentaría durante los próximos 200 años.

Mapa de la Bhía de Baffin por William Baffin
Casi todos los barcos que se adentraban en la bahía de Baffin navegaban pegados a la costa occidental de Groenlandia, ya que la costa opuesta y el centro de la bahía se encuentra normalmente atestada de icebergs, por éste motivo permaneció durante tantos años imperturbada y oculta, hasta que John Barrow llegó al Almirantazgo y decidió acabar con el misterio.

Bahía de Baffin- Mapa de John Ross
La historia "moderna" acerca del descubrimiento del pasaje empieza de nuevo de una forma un tanto extraña. En 1818 un veterano capitán escocés llamado John Ross, fue enviado a seguir los pasos de William Baffin con objeto de investigar las aberturas que su predecesor había avistado en la bahía, es decir, los estrechos de Smith, Jones, etc. Después de rodear toda la costa norte de la bahía de Baffin, decidió adentrarse por este apetecible y sugerente portal, y aquí viene lo grotesco de su intento. Lo hizo tan solo durante unos cuantos kilómetros en dirección oeste antes de dar la vuelta para volver a casa. Ross pensó haber visto que este aparente estrecho se trataba en realidad de una bahía cuyo fondo se encontraba cerrado por una imponente cadena montañosa, una cordillera a la que tuvo el atrevimiento de bautizar con el nombre de Croker mountains. El nombre del primer Lord del Almirantazgo, dudoso y efímero honor, como veremos en breve.

Estrecho de Lancaster con sus Croker Mountains cerrando el paso.
Ni la fuerte corriente contraria contra la que navegaba hacia el oeste, ni la profundidad del pasaje (ambos indicativos de que aquella apertura no era la entrada de una bahía sino de un estrecho) hicieron cambiar de opinión al tozudo John Ross. Un tipo bastante cabezota al que admiro, por cierto, pero del que ya hablaremos en otro momento en alguna otra publicación.

Croker Mountains por John Ross
Ni que decir tiene que esas fantásticas montañas, a pesar de haber quedado preciosas en sus dibujos de la expedición, no existían. El estrecho de Lancaster era efectivamente eso, un pasaje, y no una bahía o un golfo. John Ross había dado la vuelta justo a la entrada de aquel codiciado tesoro que su país de origen llevaba más de trescientos años tratando de localizar. John Barrow nunca se lo perdonó, y aquella decisión cerraría las puertas al pobre John a comandar las futuras expediciones que fueron promovidas por la Marina Británica. A pesar de aquella moratoria, Ross organizó las suyas propias algún tiempo después. Un cabezota, ya os lo he dicho.

Fue un año después cuando William Edward Parry, su segundo de abordo durante aquella primera expedición, cogió el testigo y en 1819 forzó a sus dos barcos, a atravesar aquel espejismo que Ross había creído ver cerrando el estrecho. Parry batió el record de longitud oeste. Se adentró mil kilómetros por aquel impresionante pasaje hasta alcanzar la isla Melville, ubicada prácticamente en la salida oeste del pasaje. Allí, sus barcos fueron incapaces de avanzar un kilómetro más debido a la inmensa cantidad de hielo procedente del norte que atascaba la salida. No pudo regresar aquella misma temporada, de manera que se vio obligado a pasar diez largos meses atrapado por el hielo hasta que éste se abrió lo suficiente para dejarle escapar con vida. Parry tuvo mucha suerte, no solo por haber llegado tan lejos, sino también por haber podido escapar indemne de aquella aventura.

Cuarteles de invierno (Winter Harbour) de Parry en la isla Melville

1819 fue un año particularmente benigno en lo que a formación de hielo se refiere. Pasaron muchos años antes de que la isla de Melville pudiese ser alcanzada desde el este de nuevo. El logro conseguido por Parry excitó la imaginación de Barrow que comenzó a asediar al paso del Noroeste como si de una fortaleza enemiga se tratara. Expedición tras expedición, barcos de exploración (antiguos buques de guerra de la marina acondicionados y reforzados) fueron enviados a estrellarse contra los hielos que llenaban los canales y pasos de agua de aquel particular archienemigo del segundo secretario del Almirantazgo. Incluso John Ross, como hemos visto antes, consiguió fondos suficientes para organizar su particular cruzada contra aquel formidable contrincante. Protagonizó durante los años 1829 a 1833 la que sería una de las más espectaculares historias de supervivencia y perseverancia de la historia de las expediciones polares. John Ross sobrevivió a cuatro largos inviernos árticos perdiendo solo a tres hombres.

Posteriormente, en 1845, John Franklin, protagonizaría también un hecho que daría la vuelta al mundo en todos los periódicos de la época, una noticia que conmocionó al mundo civilizado de la época. No fue un gran logro, sin embargo, lo que estaba en boca de todos después de conocer la noticia, sino una de los mayores catástrofes de la exploración polar. John Franklin había desaperecido como por arte de magia junto a sus dos barcos, el Erebus y el Terror y sus 129 ocupantes mientras trataba de atravesar el pasaje del Noroeste. Houdini habría temblado de envidia ante tal hazaña.

Starvation Cove, representación de Julius Von Payer del final de Franklin y sus hombres.
Paradójicamente, la desaparición de John Franklin fue el detonante para que el Almirantazgo organizara una de las más espectaculares operaciones de rescate que el mundo había presenciado hasta entonces. Estimulados por un lado por la necesidad de recuperar el honor perdido con este estrepitoso fracaso, y por otro lado, presionados por la incansable mujer del pobre John, el Almirantazgo, ya desprovisto de Barrow, inundó las aguas del archipiélago con pesados barcos de madera llenos de hombres durante los años subsiguientes a la desaparición de Franklin, consiguiendo en último término dilucidar cuales eran los canales más adecuados a utilizar que podrían llevar efectivamente a un barco a atravesar el  indómito pasaje.

El resultado de aquel espectacular despliege de fuerzas, fue por supuesto que el pasaje fue finalmente y efectivamente atravesado. Curiosamente, la travesía sería  realizada por primera vez de oeste a este y no de este a oeste como una vez tras otra se había estado intentado. Sería Robert McLure, en 1853, el primero en hacerlo.

Robert McLure por Stephen Pearce.
La expedición de McLure se encontraba atrapada en el hielo en la bahía de Mercy, isla de Banks. Robert se encontraba en la tesitura de tener que abandonar su barco, el HMS Investigator, cuando tuvo la buena fortuna de ser encontrado por los miembros de otra expedición que se encontraba al mismo tiempo tratando de cruzar el pasaje desde el extremo oriental. Fue rescatado justo cuando estaba a punto de enviar a los más débiles y enfermos de su tripulación hacia una muerte casi cierta en un viaje hacia el sur, camino al continente. McLure esperaba que estos hombres podrían encontrar la ayuda de los nativos en la costa norte de América. Por otro lado, planeaba que los mas fuertes tratasen de continuar hacia el este en un último y desesperado intento de completar la travesía del paso. McLure, ayudado por sus rescatadores, atravesó en pie y a trineo sobre el hielo la distancia que separaba los barcos de ambas expediciones, y fue enviado de vuelta el verano siguiente sano y salvo a Inglaterra por el lado este del pasaje, lo que le convertiría en el "primer" explorador en atravesar el pasaje. El mito había pasado a mejor vida y empezaba a convertirse en realidad.

Pero, ¿había acabado ahí todo? ¿Que mérito tenía atravesar un pasaje a pie caminando sobre el hielo cuando el objetivo último de éste era demostrar que existía un acceso navegable entre los dos océanos? Sería muchos años después, en 1906, cuando Roald Amundsen, un explorador que seguramente nos resulte mucho más familiar que los anteriores, atravesaría el pasaje en su totalidad a bordo del pequeño, resistente y maniobrable Gjoa.

Gjoa
Pero aún así, ¿Que sentido tendría abrir una ruta comercial por un paso que había costado al gran explorador Roald Amundsen pasar dos inviernos atrapado en el corazón del ártico con un barco de apenas 45 toneladas? Y además, ¿donde está realmente el mérito que imputar a los exploradores vinculados al descubrimiento y travesía de este traicionero y escurridizo pasaje? ¿Está el mérito realmente ligado al hecho de simplemente atravesarlo o está sin embargo en todos los esfuerzos realizados por tantas otras expediciones en localizar y topografiar todos y cada uno de sus canales, bahías y estrechos?

Si consideramos que quien debe llevar los laureles de ser llamado el "Descubridor del Pasaje del Noroeste" es aquél que localizó el último eslabón del pasaje del Noroeste, estos laureles estarían aún a día de hoy huérfanos de cabeza soporte, pues siguen siendo disputados por dos personajes que aunque participaron en su exploración, realmente  nunca llegaron a atravesarlo. Estaríamos hablando de John Franklin y John Rae, ambos, grandes exploradores que emplearon años de sus vidas en su descubrimiento. De John Rae no he hablado en esta publicación pero podéis profundizar en su historia leyendo el libro (desafortunadamente solo disponible en Inglés) "Fatal Passage" de Ken McGoogan. John Rae, lideró varias expediciones por tierra para localizar la expedición perdida de Franklin, en su empeño, descubrió un pasaje clave, el estrecho de Rae, que terminaba de dibujar el mapa de los descubrimientos hechos hasta la fecha y que completaba el ansiado puzzle. Pero al hacerlo, averiguó también lo que había sido de aquellos pobres diablos. Lo que descubrió, oído de boca de los Inuit que habitaban por la zona donde Franklin había desaparecido, no gustó nada a la sociedad Británica de la época, ya que los relatos que Rae escuchó hablaban de horripilantes prácticas de canibalismo entre los supervivientes.

Rae escuchando las historias de los Inuit acerca de la expedición de Franklin en Repulse Bay
El hecho es que el descubrimiento del pasaje del Noroeste es el resultado de un esfuerzo combinado entre múltiples naciones que ha durado siglos. Una odisea que ha costado muchas vidas y dinero y cuyo resultado seguramente no se ha visto adecuadamente rentabilizado hasta la fecha. Cada vez que un barco se adentraba un poco más en las gélidas aguas que llenan sus canales, cientos de balleneros los seguían la temporada siguiente. La exploración de aquel pasaje aumentó los caladeros y por tanto mejoró las economías de los países que cazaban ballenas y focas durante los años que duró su exploración. Sus capturas alimentaban de aceite las lámparas y cocinas que alimentaban a sus ciudades.

El aumento de la temperatura de la tierra abrirá éste pasaje tarde o temprano a la libre circulación de enormes barcos mercantes que cruzarán impunemente sus aguas de este a oeste y de oeste a este. Los buques circularán sin temor a ser atrapados y hundidos por la mordaza helada que ha sumergido a tantos de sus predecesores. Pero me temo que la verdadera rentabilidad del pasaje está aún por venir. Desgraciadamente, ésta llegará cuando se empiecen a explotar los yacimientos petrolíferos que sus cuencas han albergado y escondido celósamente durante todo este tiempo, y que hasta ahora, se consideraban inabordables por las condiciones climáticas circundantes.



El pasaje del Noroeste también esconde una apacible belleza que solo algunos pocos afortunados han podido apreciar y disfrutar. Con el tiempo, además de los buques mercantes, más y más cruceros de pasaje también surcarán sus aguas. Quizás pronto alguno de nosotros en breve podamos visitar su quieta magnificencia y maravillarnos ante los cada vez más abundantes yacimientos arqueológicos que actúan como potentes reclamos turísticos. Los restos de los naufragios recientemente hallados de los barcos Erebus y Terror, las tumbas de los marineros incorruptos de la expedición de Franklin enterrados en Beechey island y otros restos encontrados procedentes de la era de la exploración  empezaran atraer a turistas de todo el mundo revitalizando una región tan profundamente deprimida como es el ártico Canadiense.



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